Reseña: Sobre el estándar y la norma

Nuestra lengua cambia, evoluciona, y los procedimientos que la hacen cambiar también, con el objetivo de adaptarse y resolver conflictos en nuestras relaciones en el entorno.

La falta de uniformidad entre los hablantes de una misma lengua existe por el condicionamiento que supone la historia, la ubicación, la convivencia con lenguas vecinas, la diversidad social y la propia experiencia personal de los hablantes. Sin embargo, también existen rasgos o criterios que ayudan a fijar un orden frente al caos que puede aparecer con las variedades de una misma lengua; si bien la variedad no significa necesariamente una incorrección en la lengua.

Para resolver este posible desorden y definir la comunicación interdialectal existe la forma estándar, la cual se impone en una comunidad donde se habla la misma lengua independientemente de las variedades sociales o locales que en ella existan. La estandarización, que está estrechamente relacionada con el prestigio de la lengua, se lleva a cabo siguiendo cuatro fases: selección, codificación, extensión funcional y aceptación. La lingüística, por su parte, explica su competencia, aunque también debe limitar los parámetros de descripción de las lenguas, sus repercusiones sociales, las incorrecciones y sus razones.

Al elaborar o determinar la forma estándar, en primer lugar, hay que tomar una variedad como punto de partida. La variedad modelo resulta al tener en cuenta las variedades geográficas, temporales y sociales; aunque normalmente se construye en su mayoría a partir de los usos estilísticos y formales, propios de la clase alta y el registro formal.

La lógica no es una de las grandes armas de los lingüistas españoles al normalizar variedades, normalmente debido a que hay mucha confusión respecto al sentido de las palabras. De hecho, con frecuencia los estudiosos de la Lengua española dedican más tiempo a ponerle nombre al problema que a resolverlo. Dentro de este nominalismo, por ejemplo, encontramos el casticismo, que consiste en cambios que se realizan en nuestra lengua, que son únicos y genuinos de ésta (lo que es, por así decirlo, un poco “llevar la contraria”, según Pascual Rodríguez) y que limitan en cierta medida la comunicación al cambiar el vocablo original. Se puede decir, en una explicación más simple, que “calcamos” el vocabulario creado en otras lenguas para adaptarlo al nuestro.

La lengua estándar se asienta siendo escrita. No es la lengua que habla todo el mundo, ni mucho menos, pues lo escrito y lo hablado poco tienen que ver a efectos prácticos en muchas ocasiones. De modo que la variedad estándar, lo que realmente se entiende por “correcto” en cuanto a normalización se refiere, se encuentra en publicaciones como por ejemplo los periódicos. Así, el hecho de que la lengua estándar sea definida, pone en duda su capacidad, pues eso conllevaría a pensar que todo lo que se encuentra fuera de ella es “no ideal” o “no sistemático”.

Debemos saber diferenciar entre “lengua estándar” y “lengua general o común”, a pesar de que la confusión entre los dos conceptos es continua. Para elaborar la estándar, es necesario sancionar o coartar la forma de expresión de ciertos individuos o comunidades que cometen irregularidades frente a ésta. Así pues, la estándar no es común ni general, porque no todo el mundo la habla y ha necesitado una normalización que en la práctica normalmente no se mantiene. Los que la utilizan no son precisamente numerosos en la sociedad, ni siquiera los más cultos se expresa coloquialmente mediante ésta.

J. A. Pascual Rodríguez critica llegados a éste punto a los numerosos estudiosos de la Lengua, aseguran que en el castellano, lo hablado se parece estrechamente a lo escrito, es decir, a lo estándar, y que sin embargo también afirman que cada vez se habla y se escribe peor. Es necesario percatarse de que no todo el mundo tiene el mismo acceso, conocimiento ni utilización del estándar. Todos los lingüistas están de acuerdo en que es un concepto difuso e impreciso, lo que lo hace fácil y complejo al mismo tiempo.

La estandarización de una lengua se habitúa a las necesidades de la sociedad moderna (educación, literatura, medios audiovisuales…); de ésta manera, deja de importar su origen y las razones de éste (de los estratos altos de la sociedad, de determinado dialecto…) para dar paso a la importancia de su utilización, la cual debe ser estable y arraigada, ya que su adopción es lenta y se instaura siempre que la sociedad se vea de algún modo beneficiada con ella. Según Sledd, ninguna lengua estándar comete discriminación, sino que son los dialectos y las lenguas subestádares las que fijan y reflejan las diferencias. Por su parte, Jespersen añade que éstas variedades, no obstante contribuyen a la representación de estratos, zonas… etc, y que llevan valores culturales intrínsecos.

Determinadas elecciones (gráficas, fonéticas, morfológicas…) son aceptadas y otras no. Estas restricciones se establecen a través de los criterios proporcionados por la gramática y la norma. A veces, el incumplimiento de la norma pasa desapercibido en según qué regiones, ya que existen vulgarismos y confusiones tomados coloquialmente como correctos en ciertos lugares, sobre todo en zonas rurales.

La elección de la forma correcta se debe en muchas ocasiones, más a la moda que a la lógica, y en esta moda de la comunidad influyen las distintas clases sociales. Así pues, precisamente por razones como ésta, no se debe perseguir obsesivamente el ser un gramático. La norma es importante para el habla formal que, al fin y al cabo, es también cotidiana.

En definitiva, la variedad estándar se consigue a través de la oficialización de una de las muchas opciones de una lengua. El conocimiento de la lengua influye notablemente en las relaciones sociales; no debemos obsesionarnos con lo que está bien o mal según la norma, pero tampoco debemos dejarnos llevar por la comodidad.

Realizado por: Blanca García Rubín, Grupo 41.

febrero 9, 2009. reseñas de textos. Deja un comentario.

Sobre el estándar y la norma

Reseña realizada por María Galán Nieto

Pascual Rodríguez y Emilio de los Mozos revisan en su artículo los conceptos de estandarización y normalización de la lengua, y plantean sus propuestas desde una perspectiva que se aleja de los postulados más academicistas y conservadores.

Una de las tesis que sostienen los autores es aquella que concibe la lengua como un sistema heterogéneo y difícilmente reductible a un único patrón. Los hablantes son partícipes de diferentes realidades sociales, y se comunican de una forma u otra en función de su percepción del mundo y las relaciones que establecen con los demás individuos del entorno en el que han de integrarse. Para los dos escritores, la heterogeneidad es una característica inherente al lenguaje, e insisten en el grave error que cometen aquellos que se enfrentan a la variedad como un signo de degeneración del idioma.

Ahora bien, entre todas estas posibilidades comunicativas, sólo aquella que ha gozado históricamente de mayor prestigio y aceptación social, se ha convertido en el modelo de comunicación interdialectal o, en otras palabras, en la lengua estándar.

El trabajo de los lingüistas debe estar encaminado a identificar estos usos y a explicar por qué un grupo extenso hablantes se adhieren a ellos, por qué estos y nos otros se consideran como modelos a seguir en un determinado momento sociocultural. Para los autores del trabajo, la obcecación de muchos de sus colegas por identificar qué es lo correcto o qué terminología ha de emplearse en cada caso, en lugar de explicar cómo funciona la que ya se utiliza, ha supuesto una enorme pérdida de tiempo y un derroche de energías carente de utilidad.

Otro de los grandes errores que se achacan en el presente texto a muchos de nuestros lingüistas es el de designar el estándar como la lengua común. Lejos de esto, el estándar ni siquiera es accesible para todos, y hasta las personalidades más cultas realizan en ocasiones un mal uso de él. En la práctica, lo errores sintácticos son una constante cometida por individuos de muy diferentes realidades sociales. Estas situaciones no hacen más que corroborar la tesis de que la lengua hablada y escrita no poseen la misma sintaxis, ni deben aspirar a poseerla. En definitiva, el extendido mal uso de las construcciones gramaticales pone de manifiesto que el estándar no es la lengua de todos, sino la lengua de unos pocos: los sectores culturales mas elevados. Éstos, que en muchas ocasiones pertenecen a las esferas de poder, son los que designan la variedad estándar, en ocasioens bastante alejada del lenguaje cotidiano empleado por una comunidad, o, en otras palabras, del lenguaje real.

Asimismo, se hace hincapié en la vital importancia que cobra la tarea de restringir y delimitar el alcance del término estándar, para evitar que se despoje de contenido, y, por lo tanto, de funcionalidad. Si se parte de la premisa de que estándar es aquello que todos utilizan, jamás podrá enseñarse, transmitirse ni será capaz cumplir las funciones sociales de integración y progreso a las que está llamado.

La implantación de la lengua estándar no es repentina, sino que va asentándose a medida que los hablantes la aceptan como válida y eficaz. Una de las funciones que cumple el estándar es homogeneizar lo máximo posible la comunicación, y evitar de esta manera la discriminación hacia determinados colectivos por sus usos lingüísticos. Todo esto se desarrolla bajo la advertencia de que ninguna variedad (el seseo andaluz, por ejemplo) puede ser de obligatorio uso.

Por último, los autores definen a  lengua estándar como un vehículo avalado por una norma, que supone una oficialización de una opción entre muchas otras. A este tema se dedica especial atención en un segundo gran apartado.

La norma prescribe lo que es lo correcto y lo que no. Esto admite ciertos matices: mientras que la normatividad de algunos usos es incuestionable (en las raras ocasiones en las que estos coinciden con el lenguaje escrito), otras veces varía en función de la región en que se emplean. Lo que en un punto de la geografía española puede sonar como un auténtico disparate, en otro puede pasar completamente desapercibido. Para ilustrar este fenómeno los autores se valen de una serie de ejemplos concretos y, sobre todo, documentados. Con esto se pretende demostrar que las lenguas no son algo absoluto y objetivo, sino que dependen en gran medida de la aceptación que gozan por parte de los hablantes de una comunidad, siendo en muchas ocasiones una cuestión de moda más que de lógica.

Y, al margen de nuestra adhesión o rechazo a una determinada norma, debemos conocerla y acatarla, no por cuestión de principios, sino por mera supervivencia. La convivencia en sociedad lo exige, y es imprescindible el dominio de los distintos registros comunicativos para abordar con éxito situaciones más o menos cotidianas. Así como atendemos a nuestro vestimenta, debemos mostrar especial interés por nuestra lengua.

Los autores se señalan que los jóvenes muestran un alto grado de desinterés en lo que a materia lingüistas se refiere, y advierten que la pobreza expresiva lleva a la marginación y autolimitación del individuo en el seno del grupo.

Podemos decir que, a través de este artículo, De los Mozos y Pascual Rodríguez definen la lengua como un ente vivo, cambiante y múltiple. La tarea del lingüista, si es que éste pretende ser verdaderamente útil a la sociedad, no se limita a prohibir o aceptar un determinado uso, como si la lengua se tratara de un fortín que necesita ser defendido. La lengua es código y norma, pero además, es una realidad en pleno contacto con una pluralidad de circunstancias sociales y culturales. Y está claro que aquellos que se empeñan en encorsetarla no conseguirán ofrecer muchas respuestas al respecto.

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Reseña: «Sobre el estándar y la norma»

realizado por: OLAYA BUENO FERNÁNDEZ

José Antonio Pascual Rodríguez, con la colaboración de Emilio Prieto de los Mozos, intenta aclarar las dudas que surgen en la lengua sobre la idea de estándar y de norma en un artículo, titulado de la misma manera: “Sobre el estándar y la norma”.

 

Divide el artículo en dos apartados generales, uno sobre el estándar y otro sobre la norma, que se encuentran, a la vez, divididos en subapartados encargados de resolver problemas y aclaraciones de cada uno de esos dos temas.

Así, el autor divide la explicación sobre el estándar en quince subapartados relacionados entre ellos del tal forma que no haría falta tal separación, aunque esto nos permite localizar la explicación que nos interesa sin necesidad de leernos todo el texto.

 

Empieza por aclarar que los problemas de una lengua no se solucionan diciendo que todos los hablantes se expresan según una manera común, ya que esto no es cierto. “Los hablantes no son ni pueden ser inconscientes de su lengua”, tienen la necesidad de optimizar todos los elementos que utilizan para comunicarse con ellos mismos y con los que les rodean. Señala que es natural que surjan modificaciones en el lenguaje, tanto conscientes como inconscientes.

 

En el siguiente apartado (1.3) habla de que la variación es un atributo natural, por así decirlo, de los sistemas lingüísticos. Y que, dentro de estas variedades, siempre hay alguna que destaca y que tiene un uso más aceptado, por lo que tiende a ser general. Toda lengua tiene un pasado, se habla en zonas más o menos extensas, convive con otras lenguas vecinas y es hablada por diferentes grupos sociales, todo esto hace que las lenguas no sean sistemas uniformes y que se encuentren en ellas diferentes variedades.

 

Desde el apartado 1.4., el autor se mete de lleno en la noción de estándar, en qué es, cómo es y como se crea. Así, dice que se conoce con el nombre de estándar, a “aquella forma de lengua que se impone en un país dado, frente a las variedades sociales o locales. Es el medio de comunicación más adecuado que emplean comúnmente las personas que son capaces de servirse de otras variedades.” Ésta suele coincidir con la lengua escrita y con la propia de las relaciones oficiales. Forma parte de los hablantes de la lengua decidir qué es más correcto, prestigioso, adecuado y apropiado para sus enunciados. Así, el propósito de la lingüística es explicar por qué se considera correcto o incorrecto, elegante o inapropiado, etc., cada una de las palabras o expresiones de la lengua. El autor señala que en el último siglo se está sufriendo un gran desinterés por estos asuntos de la lengua.

 

Para la creación de un estándar, primero se debe seleccionar debidamente la variedad o variedades que pueden tomarse como punto de partida. Solemos tener interés por saber qué son las cosas y sobre como explicarlas, aunque caemos en el error de asignarles nombres antes de solucionar los problemas que conllevan. De esto, se nos explican dos fenómenos culturales propios de los estudiosos de la lengua patrios: la originalidad (consiste en dar a los términos empleados en la teoría un significado muy diferente al que le dan el resto) y el casticismo (acudir a nuestro patrimonio lingüístico para aclarar y adaptar a nuestro “entender” los términos inventados por otros). Todo esto conlleva, a entender por estándar cosas diferentes que el resto del mundo, a una dispersión terminológica. Pascual Rodríguez nos compara diferentes definiciones de estándar dadas por autores norteamericanos, británico, alemanes, etc., y por autores españoles. Llegando a la conclusión de que la lengua estándar no es ni mucho menos la lengua de todos ni la que se habla en cualquier ocasión. Aunque, por lo general, coincide con la escrita.

 

De los contenidos diferentes del término estándar por parte de estudiosos de la lengua española, se recoge la errónea identificación de estándar y lengua común o general. Ya que el estándar, como bien explica el autor en el apartado 1.10, no es ni común ni general.

 

En los últimos apartados se trata el hecho de que la noción de estándar se encuentra vacía en cierto modo, ya que su extensión no se encuentra completamente delimitada, y de las posibles repercusiones sociales a las que conlleva. Así, los lingüistas trivializan la noción de las variedades estándar, vaciándolas de contenido, de tal modo que signifiquen todo y nada. Por lo tanto, puede decirse que un estándar es una realidad difusa. Siempre se persigue con la estandarización la unidad de la lengua para facilitar la educación y la comunicación entre los hablantes. Para terminar nos da un aviso importante: “no debemos hacer de la variada realidad de las lenguas una auténtica religión”, no se debe obligar a las personas a hablar de determinada manera. Concluye el apartado del estándar señalando que éste se encuentra avalado por una determinada norma, que le da el carácter oficial al estándar.

 

Tras todo este recorrido por el estándar, Pascual Rodríguez divide el apartado general de la norma en seis subapartados en los que señala los aspectos fundamentales de la norma lingüística. Empieza por determinar que el cuerpo normativo de una lengua “orienta sobre el hecho de que determinadas elecciones son permisibles, mientras que otras no”. Establece enunciados con ejemplos de rupturas contra la norma; éstos errores serán aceptados o no dependiendo del nivel cultural y social del lector, así, pone como ejemplo los que serían fácilmente reconocibles como errores gramaticales por un estudiante de la Universidad de Salamanca.

 

Se puede afirmar, que la creación de un estándar determinado viene dado por el prestigio de distintos grupos sociales en el seno de una comunidad lingüística, es decir, por la modas de los grupos sociales. La norma esta siempre presente, tenemos que contar con ella nos guste o no. Hay que saber cuál es la norma válida en una comunidad lingüística, porque resulta importante conocer las distintas posibilidades de empleo de una lengua para poder vivir cómodamente en ella.

 

El autor señala el desinterés que tienen los jóvenes hablantes de todas las lenguas existentes por estos asuntos, y anima a conocer nuestra lengua, no sólo desde el punto gramatical sino como base de la relación con el resto de los hablantes. En el último apartado se centra en la riqueza y en la vitalidad de cada lengua, que parte de las cosas que diferencian unas lenguas de otras, y de su capacidad de creación interna.

 

Como buen escritor plantea una conclusión de todo lo que ha explicado sobre el estándar y la norma: ¿realmente existen dificultades para acercarnos a la norma del español? Los lingüistas y filólogos deben ayudarnos a resolver nuestros problemas y dudas respecto al lenguaje, pero debe salir de nosotros mismos la necesidad de aprender y de resolver, sino hay actitud por parte del hablante su misión no sirve de nada.

 

 

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Reseña: «Estandar y Norma»

Hablar de forma espontánea y similar a la de toda la comunidad lingüística, no designa una lengua estándar, modelo a seguir. Con esto, Pascual Rodríguez y Prieto de los Mozos, intentan solucionar la concepción que es la concepción del estándar, que el resto de los hablantes intentamos seguir. Así la lengua es el instrumento de resolución de tareas para la correcta habla del lenguaje en relación al contexto cultural e histórico.

 

Así la lengua se caracteriza por no ser uniforme y estar rodeada de otras lenguas; otros factores que la condicionan son el igualitarismo de los grupos sociales, que hacen que la lengua tenga diferentes registros  según las tonalidades, las cuales están condicionadas siempre por nuestras propias ideas y pensamientos. Con esto, surge la variación de las ideas de forma que complementa a la propia lengua principal.

 

Así una lengua estándar es aquella que se impone en un país dado frente a otras variedades; sin embargo, no está del todo definida dado que, como todo, está influida por un prestigio, una tradición histórica. Debido a esto, para poder crear una variedad estándar, hay que tener buenos lingüistas que justifiquen  el diferente uso de  la lengua. Remarcan la existencia de la competencia lingüística dada la variedad entre varias personas, un modo correcto para nombrar las cosas (prestigioso, fino, etc.), para poder comunicar algo. A modo de ayuda, la sociolingüística, esta en estrecha valoración social, y depende de los lingüistas que justifican estas actuaciones (Actualmente con gran desinterés).

Otra característica, es que no es ni común ni particular, y depende en gran medida del grado de estandarización de la comunidad lingüística. Si se trata de un sector donde tienen una alta formación y conocimiento, decimos que es una pequeña parte de la sociedad de la comunidad lingüística y con carácter conservador, mientras que los que están fuera de ese nivel lingüístico (la gran mayoría que están próximos a dicho nivel) defenderán un habla más pobre y menos formalizado.

 

 Para crear un estándar, se siguen varios pasos; primero hay que seleccionar las variedades desde las que partimos, en la que condicionan nociones históricas, geográficas (estas se usan cuando se refieren a un único tipo de actuaciones) y  a su vez constituyen las variedades modélicas o de referencia. La variedad de referencia se rige por el principio de inercia, o lo que es lo mismo buscar un nombre al problema (que no le da solución). Hay que destacar la denominada inercia nominalista, que deriva en problemas como la originalidad (atribución de un significado totalmente distinto al de el resto de países) o el casticismo (intento de ajustar una palabra extranjera a nuestra propia lengua).  Hay otra concepción de la lengua estándar,  que parte de la idea errónea de que la lengua es el vehículo para nuestra sociabilización e integración social, destacando los conceptos de langue o parole.  

 

Para solucionar cualquier confusión, la Sociolingüística remarca que hay importantes diferencias cuantitativas y cualitativas que afectan a todos los niveles lingüísticos. Esto se produce de forma que la variedad de referencia es la apropiada para las interacciones formales, diferenciando como he mencionado anteriormente entre aquellos que están en el nivel estándar y los que no; Cooper afirma que la planificación lingüística favorece a la dignidad, autoestima e integración social del individuo, lo que muestra la falta de nitidez en la lengua estándar.

 

Respecto a la norma, hay que remarcar que la estructura normativa orienta las decisiones tomadas respecto a la lengua. Pascual Rodríguez y Prieto de los Mozos establecen como modelo estándar al castellano de Salamanca, frente a todo aquello que no llegue al modelo. Sin embargo, el nivel del castellano no es relativo a los dictados de la lógica sino a las modas o tendencias que existen, así como la creación de dicho estándar de la lengua no se funda con razones de prestigio, científicos, sino a la tendencia que ese momento. 

 Por todo esto, el primer paso es reconocer la realidad y no diferenciar entre muy estandarizado o poco, dado que hay que conocer primero lo que sucede en la realidad y porque una lengua es como es.

 Blanca García Chías. Grupo 41

Así mismo, la norma en cierto modo nos orienta a hacer o no hacer algo, para una buena comunicación entre toda la comunidad lingüísticas, y sobre todo para nuestra mayor necesidad, sobrevivir. Con ello, remarcan el desprecio dado el lenguaje según la clase social. Sin embargo, hablar según la lengua estándar depende de una minoría.  De esta forma, los cambios en el lenguaje suponen pequeños pasos para la evolución de la propia lengua siempre dependiendo y condicionada por razones históricas, políticas, etc. 

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